El segundo premio, Las rositas de Graciela Cabal, introduce en la colección de
literatura juvenil a una escritora consagrada en el mundo de la literatura
infantil que sitúa su relato también fragmentario, hecho de la suma de
escenas, en una “época en que los padres
le elegían el novio a las hijas. Y las hijas, casi siempre, obedecían a sus
padres sin decir ni mu”.(1)
Esa situación temporal en el pasado resulta una posibilidad novedosa frente al
resto de los relatos premiados que siempre habían situado la acción en un
tiempo similar al del lector imaginado por la colección.
Otro relato fragmentario, que desordena la línea
cronológica y que juega con la polifonía de varias voces narradoras alrededor
de un hecho de violencia que se oculta es el ganador del tercer premio: Un tren a Cartagena de Sandra Siemens Matiasevich.
En los menos de diez años que separan el primer
premio del tercero, los “problemas de todos los días” de los adolescentes
parecen haber cambiado si se atiende a los temas que exploran las novelas
premiadas; el realismo se aventura en la autobiografía ficcionalizada dando
cuenta de que a los adolescentes de verdad les pasan las cosas que se cuentan
y, al revés, pueden sumergirse en mundos ficcionales que no coincidan con sus
mundos referenciales.
A su vez, los autores de literatura juvenil se van alejando de la imagen de “espíritu docente” y se muestran como participantes del circuito literario: a partir del tercer premio LyC en las presentaciones se ven sus fotos, con valor documental, recibiendo la distinción en la Feria del Libro de ese año, algo bastante extraño en los libros de literatura general
(1) Nota de la autora en la presentación de la novela.
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